DOBLE EXILIO
- rjmlac
- 30 jul
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 31 jul
Homenaje a todas las personas acompañantes que, día a día, se hacen presencia viva y compasiva en las fronteras visibles e invisibles de esta América.
La ternura puede ser una forma de resistencia y sanación compartida.
Como parte del recorrido de la Caravana por la Hospitalidad en el año 2023, hemos tenido el privilegio de encontrarnos con el equipo de Fe y Alegría Panamá y reconocer el compromiso en el desarrollo de su misión, donde a través de la entrega silenciosa y firme se hacen presentes en medio de uno de los contextos más duros de la movilidad humana en América. Su trabajo cotidiano, sostenido con ternura, dignidad y profesionalismo, encarna el corazón mismo de la hospitalidad.
Hoy queremos dedicar unas líneas para agradecer y reconocer el trabajo de cada una y uno de los integrantes de Fe y Alegría Panamá , quienes por estos días están celebrando los 60 años de este movimiento de educación popular en este territorio. Desde el año 2017, Fe y Aelgría Panamá estructuró un servicio de atención a población migrante, como respuesta al cada vez más notable número de extranjeros cruzando y viviendo en el país centroamericano.
A continuación compartimos un diario de campo que escribió nuestro compañero Alberto Agrazal, sociólogo y parte del equipo de Fe y Alegría Panamá, titulado “La experiencia del doble exilio”, en el que comparte lo que ha significado acompañar a un grupo de personas deportadas desde Estados Unidos a Panamá: “una experiencia distinta, marcada por el retorno forzado y el impacto emocional en quienes acompañamos”.
Su testimonio no solo visibiliza la experiencia de quienes han sido deportados y enfrentan el duro retorno, sino que también nos recuerda que acompañar implica un despojo emocional, una entrega que muchas veces deja marcas.
Éste diario es al mismo tiempo una reflexión y una confesión valiente, honesta y profundamente humana de alguien que ha cuidado a otros mientras intentaba no olvidarse de sí mismo. Es también un homenaje a todos los acompañantes que, día a día, se hacen presencia viva y compasiva en las fronteras visibles e invisibles de esta América.
Invitamos a leer el texto, dejarlo pasar por el corazón y compartirlo para que más personas puedan acercarse a esta realidad urgente.
Gracias Alberto.

La experiencia del doble exilio
Alberto Agrazal
Fe Y Alegría Panamá
El 11 de julio se cumplieron cinco meses de la llegada a Fe y Alegría de un grupo de deportados de Estados Unidos a Panamá, una realidad nueva, difícil de encajar en los moldes convencionales de las experiencias migratorias en el Darién.
Aquí no se trata de la selva ni de las largas rutas improvisadas ante la ausencia de respuestas claras por parte de los gobiernos. Se trata de otro drama humano: el del retorno forzado y la fractura de un proyecto de vida, en una sociedad que sigue fragmentando la dignidad humana.
Pero este diario de campo no solo se trata de ellos; también se trata del cuidador, de quienes hemos conocido de cerca sus historias de vida, sus mañas, resiliencias, miedos y afectos. Por eso comienzo con este título: la experiencia del doble exilio.
La fragmentación del cuidador
Han sido cinco meses agotadores, en los que todos debimos cambiar y reinventar dinámicas. Por más prácticas de autocuidado o jornadas de desconexión, la psiquis se ve afectada. Desde mi experiencia personal, veo con más claridad lo que viví y lo que estoy viviendo: un doble exilio.
No es un exilio físico ni migratorio, sino un exilio interno: la capacidad de mi mente que se colocó en “piloto automático” para resistir el dolor, la ausencia, las despedidas, la ambigüedad de las respuestas de los mecanismos de refugio, y los dramas personales de cada migrante que aún permanece en el albergue.
Desde la psicología social, este “doble exilio” puede comprenderse como una fragmentación del yo: cuando la persona que acompaña se ve desbordada por la acumulación de duelos vicarios y emociones compartidas, pierde parte de su capacidad de agencia y experimenta una “pérdida de sí en el otro”.
Relación cuidador-migrante
Tal vez la palabra cuidador pueda sonar a vigilancia o infantilización de la capacidad del migrante para adaptarse y resistir. Pero, en mi experiencia, cuidar significa custodiar la historia del otro.
Cada uno, a su manera, me abrió su vida, dejó que sus emociones, pensamientos y acciones se hicieran parte de mí.
Desde la primera noche en el campamento, sentado al lado izquierdo del gimnasio, les dije con la dinámica del traductor “El que desee hablar, estoy afuera para escucharlo”. Esa puerta abierta al diálogo dio lugar a un manejo compartido de emociones, miedos y realidades.
Así, aprendí de la cultura china más que en los libros; de las heridas del comunismo en Rusia; de la necesidad afectiva en la cultura musulmana; del miedo de las mujeres afganas; de las marcas de la violencia en los cuerpos de las mujeres africanas. Esos relatos son un tesoro que llevo y llevaré siempre como en una vasija de cristal.
En términos de psicología social, se trata de un proceso de interdependencia emocional: el cuidador se convierte en un espejo del migrante, y el migrante en sostén del cuidador.
Heridas del cuidador
Esta experiencia abrió heridas que pensé cerradas, pero que aún supuran. El miedo en las madrugadas al esperar a los migrantes en la ruta de Subcurti. Los ojos que cerré al migrante que llegó muerto a Bajo Chiquito por el cansancio en una tarde. Los golpes que descargué contra una pared después de atender a varias víctimas de violencia sexual en la iglesia de Zapallal. El agotamiento de sostener a la mujer que parió en una piragua, mezclándose todo con mis propias cicatrices.
La psicología social habla aquí de duelo migratorio vicario y estrés traumático secundario: cuando el dolor del otro se interioriza y revive las propias heridas.
En las últimas semanas, mis crisis de ansiedad fueron más visibles: silencios incómodos, falta de empatía hacia mis compañeros, y una ausencia no física sino mental.
El rol de la ternura
Desde que llegaron al campamento, estuve pendiente de ellos, de sus necesidades. Y a cada gesto de ingratitud respondía con ternura. Aunque en las últimas semanas la apatía fue más fuerte, exiliado de mí mismo como mecanismo de protección, la ternura que les di al grupo fue devuelta y eso me salvó.
Caí en escapes que empeoraron mi salud mental, en una jaula de pensamientos repetitivos y dolorosos. Solo en la terapia logré recuperar el rumbo. Y, sin embargo, en mis días grises, fueron ellos los migrantes a quienes decía cuidar quienes me cuidaron a mí: trayéndome un té, cantándome canciones en lenguas africanas, tostando semillas de girasol para sentarse a mi lado en silencio.
Como sostiene Ruth Sautu en el marco de la investigación Introspectivo-Vivencial, dejé de hacer historias de vida para volverme yo mismo parte de las historias de ellos.
Duelos, miedos y apegos
Cada ausencia, cada colchoneta vacía, cada silencio del campamento en la noche era una pérdida simbólica.
Un duelo nacido del apego a sus historias, a las comidas compartidas, a los bailes. Ese “si tú estás bien, nosotros estaremos bien” escondía que, en el último mes y medio, viví en piloto automático.
Era yo sin estar en mí, un exilio mental lleno de miedos y cansancio. Aunque seguía siendo funcional, había perdido creatividad en el acompañamiento, me había vuelto repetitivo.
Y es allí donde, al regresar de esa experiencia, me digo a mí mismo: lo diste todo, lo dimos todos. Fuimos como esas Martas del Evangelio, que se dedicaron a servir.
Tal vez nos perdimos la “mejor parte”, pero aún estamos a tiempo de recuperarla: las amistades nacidas, los mensajes desde México, las sombras que quedaron en el tránsito migratorio.
Esta experiencia es una lección de vida que abrazo con paz. Y qué bueno que se dio antes de que terminara el campamento, porque ahora puedo volver a ser yo, en esta pedagogía del encuentro. Entendí que acompañar no es solo estar; es volvernos presencia sin perdernos en el otro.
Tres lecciones que deja este proceso son:
El cuidado siempre es mutuo: mientras cuidamos, también somos cuidados.
El duelo no es solo físico, también simbólico: cada ausencia deja huella en la memoria.
La ternura puede ser una forma de resistencia y sanación compartida.
Como lo he conversado ayer y hoy con la terapeuta, la mejor forma de honrar esta experiencia es escribir porque sana y abre espacio a la memoria para descargar todo lo vivido.
Espero lo puedan leer en algún momento.
Alberto Agrazal
Fe Y Alegría Panamá

Dimensión Hospitalidad
Red Jesuita con Migrantes Continental
30 de julio - 2025
Comentarios